La vida del mundo infantil nos da pistas de un valor ilimitado para entender los cauces más sanos de la vida de los propios adultos. La negación en ambos casos es una condición imprescindible para la afirmación. Bien es cierto que este ingrediente no debe exceder la dosis justa tanto en la receta educativa de un niño/a como en el cuaderno de bitácora de cualquier adulto, pero tan cierto es esto como que no existe actitud afirmativa sin la negativa complementaria, sin límite, sin renuncia a parte de que lo que tiene o se pretende. La elección siempre implica esfuerzo e incluso sufrimiento pero no nos dejemos cegar por estas sensaciones: la proyección de una negación sana es siempre hacia adelante y la confianza en lo positivo da paso a la aparición de espacios de afirmación, de simbolización y creación de nuevas estructuras y funciones que mejoran, enriquecen y revitalizan sin duda el estado precedente.
Los niños necesitan aprender a convivir con la justa negación, el límite que estimula la búsqueda de alternativas y la elaboración de nuevos cauces de acción. Cuando esta dinámica se aprende en un núcleo familiar donde el amor y la protección están garantizados y así lo sienten los hijos, pues se les transmite de modo eficaz en la vida cotidiana, se garantiza la génesis en la persona de unas estructuras que en la vida adulta facilitarán enormemente el análisis de disyuntivas de elección, su posicionamiento ante la toma de decisiones y, en general, las renuncias afirmativas, el cerrar puertas para abrir otras nuevas, para abrirlas con responsabilidad y coherencia, el superar las incongrüencias, errores o injusticias del pasado con una lectura evolutiva y superadora.
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